Cuando escribo para el Blog, suelo tomarlo con tranquilidad, con inspiración, vamos, -con filosofía-… Pero tengo un par de días que me hierve la sangre ante la confesión de un afamado deportista, que reveló que se ha dopado para poder conseguir sus éxitos y récords deportivos. En otras palabras, su vida deportiva era una mentira. Como fan de sofá que soy de todo deporte, no he podido creerme su arrepentimiento. Entonces, como un disparo al pecho, me ha venido el caso de otros personajes públicos que en la política o religión nos han hecho tanto daño o nos han llevado a la ruina y no han pedido ni siquiera perdón por ello.
No conozco caso público de político, de banquero, de cargo público que haya salido ante las cámaras diciendo: «he sido yo, lo siento, lo hice mal». Todos se excusan, todos se esconden, todos mienten. Además veo dos problemas añadidos: el primero es que nuestros líderes corruptos empiezan a ser mayoría. No son casos puntuales. Empiezan a germinar cuales «brotes verdes». Y segundo, y más preocupante todavía, es que no tenemos instituciones que los descubran o los castiguen. Todo lo contrario: ellos mismos han creado el sistema para que sus fechorías, -cuando se destapan-, sean cubiertas, eludidas, indultadas.
No me creo el arrepentimiento de este deportista. Sólo su confesión. Pero al menos ha tenido la valentía de reconocer que lo ha hecho mal. Y por eso, ya tengo un sentimiento encontrado: lo admiro porque lo ha reconocido, pero lo detesto porque no está arrepentido. Fin de hervor sanguíneo. Necesitaba desahogarme.
Dejar una respuesta