En mis lejanos años mozos de infancia y adolescencia en América, tenía un profesor que en la típica edad de las preguntas, -cuando acudías a él para inquirir cómo hacer algo-, respondía con un lacónico: «en gerundio«…
Claro; mis conocimientos de castellano en esos años de primaria eran básicos, así es que, despertado por una curiosidad de saber inculcada por mi padre, acudí a un diccionario: «El gerundio se forma a partir del radical y las desinencias «ando», «iendo». El gerundio no varía en género ni número. Se utiliza generalmente con el verbo estar, formando así una perífrasis de gerundio. Puede formar perífrasis o semiperífrasis con los verbos: ir, venir, llevar, acabar, andar, quedarse, etc». Aquella elevada definición quedó inapropiada para mis años. Como el afán de conocer no tenía límites volví a él y me espetó diciendo: «pues haciéndolo, en gerundio…».
La vida nos enseña que quizás somos muy indecisos para hacer las cosas que nos cuestan y que generalmente nos convienen; a veces no sabemos cómo hacerlas y no necesitamos más que empezar a hacerlas para darnos cuenta que ya estamos en ellas. Sé que me diréis que antes estamos influenciados por multitud de dificultades de todo tipo que nos asaltan. Sí, estoy con vosotros: nuestro pasado, nuestras circunstancias con personas o situaciones, otros fallidos intentos…
Pero, ¿qué o quién te detienen para que empieces a aprender a aprender? Tus decisiones se quedan en agua de borrajas o en cisternas agrietadas, cada vez que no tienes la determinación de empezar algo y lo peor, es que te detienen una y otra vez para que aprendas que las cosas se logran en gerundio, o sea, haciéndolas. Es ese pequeño acto de empezar o no empezar, de acabar o no acabar, de continuar o no. Y basta: es ese segundo en el que nos quedamos de pie o sentados, hablamos o callamos, actuamos u omitimos… Empieza ahora, empieza hoy, empieza ya. Y ya me contarás lo útil que es el gerundio, -no sólo para la lengua- sino sobre todo para tu vida.
Dejar una respuesta