Volvemos a retomar el tema con el que iniciamos este blog: «Aprender a…». En este caso quiero contaros un interesante experiencia que he tenido a lo largo de años como consejero primero, y ahora como aprendiz de Asesor filosófico.
La memoria es una facultad que nos trae más de algún problema. La necesitamos y usamos a corto plazo y contantemente para poder realizar las actividades más cotidianas. Pero también hay otro uso a largo plazo que damos a la memoria y que es al que me quiero referir.
La memoria a largo plazo no sólo nos sirve para recordar capitales del mundo cuando estamos viendo un concurso de t.v. o una receta casera que nos preparaba la abuela cuando éramos nosotros infantes.
Hay una memoria que está indisolublemente asociada a nuestros recuerdos, a nuestros sentimientos y a nuestra conciencia. Esa memoria que cada cierto tiempo nos está golpeando -cual martillo-, recordándonos los errores pasados o presentes de la vida y claro también, nos recuerda los logros y triunfos personales de nuestra existencia.
La memoria: esa compañera del viaje de la vida y con la que debemos aprender a convivir con ella. Espero que en la segunda parte de este tema, aclaremos cómo debemos trabajar con ella.
Dejar una respuesta